La Fábula del Fueguino Desmemoriado.
Por Cristian Igor.
ACTUALIDAD15 de mayo de 2025

Hay creencias que no nacen del pensamiento, sino de la pereza. Se abrazan no por ser verdaderas, sino porque resultan cómodas. Una de ellas —tan extendida que parece consigna— sostiene que en Tierra del Fuego no se fabrica: se “ensambla”. La palabra, dicha con desdén, actúa como exorcismo: le quita valor al trabajo, al esfuerzo, al conocimiento técnico que cientos de fueguinos despliegan en sus jornadas laborales. Lo repiten incluso quienes jamás pisaron una fábrica, y otros —aún más vehementes— lo hacen con una mezcla de odio, bronca o resentimiento hacia quienes, con guardapolvo y manos hábiles, construyen lo que ellos prefieren imaginar como una mentira colectiva.
En tiempos donde pensar cuesta, muchos prefieren creer. Y lo hacen con la fe temblorosa del converso, que necesita repetir su dogma para no dudar. Así, ciertos discursos de Buenos Aires —impulsados por intereses empresariales e internacionales y voceros bien pagos— instalan esta creencia con una soltura pasmosa: que la industria fueguina es una farsa, un gasto inútil, un simulacro de producción. Pero ¿de verdad creen que en el mundo moderno las fábricas producen todo bajo un mismo techo? ¿Creen que el iPhone se fabrica entero en un solo país, por una sola empresa, con partes nacidas de la misma tierra? Hasta Manaos importa componentes. Hasta Alemania lo hace. La diferencia está en dónde se genera empleo, valor agregado y arraigo.
Después de la globalización, nadie fabrica todo. El concepto de “Industria Nacional” ya no se define por la pureza de origen de cada pieza, sino por la capacidad de una región para insertarse en las cadenas globales de valor y capturar parte del trabajo, del saber y de la renta. Eso es exactamente lo que hace Tierra del Fuego. Y lo hace con esfuerzo, con técnicos, con operarios, con logística, con mantenimiento, con control de calidad, con servicio postventa. No es una ilusión, es una estructura concreta que sostiene familias reales.
Otra falacia —quizás la más cínica de todas— es la que pretende reducir una ideología a los hábitos de consumo. Según esta lógica, si comprás un celular del exterior o de una determinada marca, perdés toda legitimidad para defender la Industria Nacional. PENSEMOS UN SEGUNDO ESTO POR FAVOR, entonces, si alguna vez viajaste fuera del país, ya no podés hablar de soberanía, ni de patria, ya no sos Argentino. Si usás Facebook o Instagram, tu pensamiento deja de ser propio y pasa a ser parte del “sistema”, estas colonizado. Llevado al absurdo, quien cree y defiende la salud pública no podría atenderse nunca en una clínica privada, y quien defiende la justicia social debería andar descalzo y sin bañarse, por coherencia estética.
Esa manera de pensar no solo es simplista: es profundamente antintelectual. Reducir una convicción política a una elección de mercado es despreciar la complejidad del pensamiento. Es confundir el síntoma con la causa, el acto con el sentido. Es, en definitiva, la victoria del algoritmo sobre la razón.
Claro que hay fueguinos que repiten estos argumentos con entusiasmo, como si estuvieran orgullosos de hacerlo. Son los que ignoran el lugar que pisan, los que niegan que Tierra del Fuego alguna vez no fue más que mar, viento y silencio. Sin industria, volveríamos a eso: al vacío geográfico. Estos fueguinos —que quizás creen que lo fueguino es solo la nieve o el cordero— desprecian la industria porque desconocen su historia. Confunden orgullo con una pose, y se olvidan de que sus propias familias se arraigaron aquí gracias al régimen que ahora desprecian.
Pero no hay que odiarlos, hay que tenerles lástima, porque no saben el país que están ayudando a destruir. Su desprecio, a veces espontáneo, otras veces inducido por los mismos medios que promueven la desindustrialización, es la prueba de que los enemigos del sur no necesitan balas si tienen bocas prestadas.
La defensa de la Ley 19.640 no es un capricho regional ni una herencia a perpetuar sin revisión. Es una decisión estratégica: sostener producción, empleo y soberanía en el último confín del mapa, donde hacer patria no es una metáfora, sino una tarea cotidiana. Defenderla no es defender una excepción, es afirmar que la Argentina también se construye en los bordes, en los climas hostiles, en los lugares donde la bandera se planta con esfuerzo. Y si hay que discutir cómo mejorarla, bienvenido sea. Pero que no nos vendan humo disfrazado de verdad.
Porque si algo se produce en Tierra del Fuego, además de televisores, celulares y aires acondicionado, es dignidad. Y eso, por suerte, no se IMPORTA.
Autor: Cristian Igor