Qué queda del avión de los uruguayos de La sociedad de la nieve y cómo es la travesía para llegar al lugar.
Varias empresas ofrecen expediciones. Los rastros que quedan de los 72 días en el que los rugbiers sobrevivieron en pleno invierno en la cordillera de Los Andes. Testimonios de lo que sienten los que llegan hasta allí y cuánto cuesta el viaje. Qué pasó con el fuselaje de la aeronave.
ACTUALIDAD22 de enero de 2024Karukinka NoticiasPasaron más de 50 años y cada tanto la hazaña de los uruguayos reaparece con los relatos de los sobrevivientes y todo lo que sucedió desde la caída del avión con 45 personas hasta los 16 que lograron bajar de la montaña 72 días después. Ahora, la película de Netflix La Sociedad de la Nieve volvió a reinstalar el tema.
El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya tenía planeado aterrizar en Santiago de Chile el 12 de octubre de 1972. En la aeronave viajaba el equipo de rugby de Old Christians Club de Montevideo junto a familiares y amigos.
Tras una escala de un día en Mendoza por el mal clima, el grupo emprendió el vuelo a Chile. Un mal cálculo de los pilotos hizo que la aeronave estrellara un ala contra una montaña, perdiera su rumbo y cayera en medio de los Andes. De las 45 personas que viajaban en el avión, incluyendo la tripulación, 12 murieron el accidente y otras 17 fallecieron días después, la mayoría a consecuencia de una avalancha de nieve que los sepultó.
Sobrevivir como objetivo
Los 16 jóvenes uruguayos lograron algo impensado. Sobrevivieron donde es imposible vivir. Fue sobre un glaciar helado en la cordillera con temperaturas de menos 30 grados, avalanchas y vientos cruzados insoportables. Para eso, usaron como alimento el cuerpo de sus compañeros muertos.
Roberto Canessa era uno de los rugbiers y realizó la travesía por las montañas junto a Fernando Parrado que logró el encuentro con el baqueano chileno. En el 2016 le dio una nota a la BBC y habló sobre lo que sucedió en los Andes durante los más de 2 meses. “Estaría orgulloso de que mi cuerpo fuera usado por mis amigos para vivir. Hoy siento que tengo una parte de mis amigos dentro de mí y tengo que ser agradecido con su memoria”, sostiene el hombre que se convirtió en cardiólogo tras volver a Uruguay.
Tanto es el éxito del film en streaming, que las expediciones que se realizan durante el verano al lugar donde estuvo ubicado el fuselaje del avión y los jóvenes usaron como refugio tienen un boom de interesados. Cerca de un centenar se aventuran durante los fines de semana de verano y llegan hasta ese lugar a unos 3.600 metros de altura.
Gonzalo Noste vive en Esperanza, Santa Fe, plena llanura pampeana. Pese a eso es un experto montañista y una vez por mes viaja hacia el oeste en busca de algún destino que hará con su empresa, Andes Aconcagua Expediciones, en algún punto de la cordillera. “Es una de las caminatas que más me gusta hacer –explica Noste, en diálogo con Infobae-. En general, es de exigencia media y casi no tiene escalada. Además, con el auge de la película de Netflix llegan personas que hacen su primera experiencia de montaña”.
En tanto, Leandro Scheurle de Argentina Extrema, otra empresa que realiza expediciones de montaña, explica que “mucha gente que antes de ver la peli no sabía muy bien de qué se trataba esa historia de unas personas que alguna vez, en el siglo pasado, habían sobrevivido más de 2 meses en plena cordillera, comenzaron a interesarse súbitamente y a soñar con la idea de visitar ese lugar mágico”.
Noste hizo esta misma expedición más de 30 veces. Aun así se sorprende al ver la reacción de las personas que llegan por primera vez a la ladera de esa montaña que desemboca en un glaciar de hielos eternos. “Se vive una energía distinta. Veo una emoción muy fuerte cuando se llega al lugar. Y aunque están muy cansados por la travesía, es como que recobran la fuerza al llegar”, resalta Gonzalo.
“Hay una fascinación por el paisaje y el aislamiento. Los grandes valles, los ríos, los glaciares, las cumbres. La sensación de soledad y la energía que allí arriba se percibe es verdaderamente sorprendente e inolvidable”, expresa Leandro sobre la llegada al lugar exacto en que cayó el avión de la Fuerza Aérea uruguaya.
Los restos de la Tragedia de Los Andes
Muchas personas se pueden movilizar hasta allí por el morbo. Ver el lugar, buscar si quedan restos humanos o algún elemento ligado a lo que vivieron los sobrevivientes en la alta montaña. “Los que van con esa idea, mejor que ni lo intenten porque no es la idea –explica Noste-. El plan es justamente lo contrario. Es un espacio espiritual en el que se conecta con la montaña y con una historia de sobrevivientes que llevó al ser humano a un límite muy alto”.
Es más, este experto montañista aclara que unos meses después del salvataje de los uruguayos, una expedición militar argentino llegó hasta el avión y lo prendió fuego. “Por lo que cuentan los baqueanos con los que tengo contacto, el objetivo fue evitar que se convierta en un lugar de procesión de turismo macabro”.
Aun así, quedan vestigios de lo que fue la vida de los uruguayos en la ladera helada de la cordillera. Allí en ese lugar que era imposible la vida humana. “Está el monolito construido por la corporación Valle de las Leñas y algunas chapas del avión que quedaron desperdigadas y enterradas en la nieve el 12 de octubre de 1972. También, están las tumbas de la madre y hermana de Fernando Parrado, que el grupo decidió que no iban a ser usados como alimento. Y también restos de las otras víctimas.
“En el lugar del Memorial, que es a pocos metros exactos de donde estuvo detenido el pedazo de fuselaje en el que ellos sobrevivieron, hoy se acumulan varios restos del avión. Hierros, pedazos del motor y ventanillas –cuenta Leandro-. A muy pocos metros quedó un trozo de una de las alas y un poco más arriba está una parte importante del tren de aterrizaje”.
En el momento en que se hacen las expediciones, durante el verano, el hielo se funde y suelen encontrarse sobre el glaciar restos de ropa, cuero y otros metales. “Y en la parte alta de la montaña, a donde el avión colisionó, a unos 4100 metros de altura, todavía permanecen algunas hélices. La cola (que se muestra en la película más abajo del fuselaje) y otras partes cayeron a las fauces del glaciar que, en su retroceso, trituró estos metales y los destruyó”, explica Scheurle.
En general, entre 50 y 80 personas por día en temporada alta recorren la zona en la que cayó el avión de los uruguayos en 1972. “El impacto en la gente es muy fuerte. Nadie baja de la misma manera en la que subió después de ver esa inmensidad. El paisaje que nos e puede abarcar con la vista y el ruido del deshielo del glaciar cercano. Y siempre la idea rondando de los sobrevivientes que pasaron el invierno en esta zona inhóspita”, resalta Gonzalo.
Noste, además, cuenta su visión sobre lo que ocurrió en 1972. “Tuvieron la suerte que ese año había mucho más nieve en la ladera y el fuselaje del avión pudo deslizarse. Si había más piedra visible no sobrevivía ninguno”, explica. El experto montañista agrega que eligieron el camino más largo, el viaje hacia Chile. Y así y todo lo lograron en condiciones muy extremas. “Es verdad que ellos tenían una lectura errada del piloto del avión que agonizante le dio una data equivocada. Pensaban que cruzaban la montaña y llegaban a Chile –explica Noste-. Pero eso fue mucho más difícil y complicado de lo que se imaginaron”.
Cómo llegar hasta el lugar de la hazaña
El recorrido hasta el lugar de la tragedia arranca en El Sosneado una localidad al pie de la cordillera. Andes Aconcagua Expediciones ofrece una visita a un hotel abandonado que tiene piletas de agua termales. El día 2 se hace el trekking al campamento del río barroso. “Para eso es necesario vadear 4 cursos de agua con ayuda de caballos y baqueanos de la zona”, explica Noste. El tercer día se hace la subida al memorial en el Valle de las Lágrimas. Pese a lo que se cree, el nombre del sitio no es por la hazaña de los uruguayos, sino por las gotas de agua que aparecen en la ladera de las montañas. El costo es de 50.000 pesos por persona.
En tanto, Argentina Extrema ofrece trekking o travesía a caballo. También, parten desde El Sosneado. “El día más duro es el que se asciende hasta el Memorial. Son unos 1100 metros de desnivel y unos 25 kilómetros ida y vuelta”, explica Leandro.
Así, todos los días decenas de personas se aventuran