La mitad que nos pertenece.

Con un dictamen ya firmado y en la vigilia del tratamiento de la Paridad en el Concejo Deliberante de Río Grande, Natalia Jañez, líder de Evolución Radical en Tierra del Fuego opina sobre la necesidad de que esta iniciativa sea Ordenanza lo antes posible.

POLÍTICA 10 de mayo de 2022 Karukinka Noticias Karukinka Noticias

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Queremos la mitad, ¿la mitad de qué? De todo lo que haya! El feminismo ya no puede pensarse en una dinámica de minoría y en términos de “cupos” (2ª ola). Esta terminología y esa forma de pensar la política nos puso en un lugar del sistema político que no se corresponde con nuestro lugar en la estructura social fundamentalmente por dos motivos: 1) es una idea pensada para quienes tienen que salir de una situación de discriminación por su pertenencia a una comunidad en particular: pues resulta que las mujeres pertenecemos a todas las comunidades. Formamos parte de aquello que estructura lo social en todos sus órdenes y en todos sus ámbitos. Somos constituyentes; 2) nosotras no somos una “minoría”, somos la mitad de la ciudadanía! Mediante lo primero atendemos al aspecto cualitativo de nuestro reclamo, con lo segundo al aspecto cuantitativo.

Es por esto que la paridad es la agenda de la 3° ola del feminismo (hay una 4°, ya llegaremos a ésa también). La necesidad de feminizar la política está dada porque las sociedades democráticas no pueden decirse ni definirse como tales si sus esferas públicas no están fuertemente atravesadas y cimentadas por prácticas de igualdad. Recalquemos que hablamos de prácticas, de cosas concretas, no de cuestiones abstractas ni de pedidos a futuro: se trata del presente y de la transformación inmediata de nuestros entornos, de nuestras vidas cotidianas.

¿Y por qué es tan importante la igualdad en relación a la democracia? Porque operativiza una vinculación entre el método democrático y el carácter democrático de un país. Con lo primero nos referimos a la superficie de las democracias occidentales: las elecciones. Con lo segundo hacemos referencia a la sustancia social que expresa esa formalidad que son las votaciones. Una sociedad puede tranquilamente tener elecciones periódicas, y sin embargo, poseer en sus relaciones sociales un muy bajo contenido democrático.

El trato igualitario entonces, constituye un índice fundamental para la agenda paritaria. ¿Y en qué consiste esta agenda de la paridad? Muy simple: a igualdad en los méritos, igualdad en los resultados. Venimos a decir que la meritocracia no es un bien exclusivo del patriarcado: de eso se trata esta reforma! La violencia de la exclusividad del reparto de los bienes (materiales, simbólicos y de poder) es la base que venimos a remover de este sistema construido en base a la negación de nuestra inclusión de forma plena. Y cuando decimos plena, hacemos referencia a que no percibimos bajo ningún punto de vista a la paridad como una excepción, sino como la regla.

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En este sentido la paridad es un enriquecimiento social que no podemos negarnos. La política ha conceptuado comúnmente que el problema de la igualdad solo se trata de una cuestión de redistribución de la riqueza: venimos a decir que además, hay una dimensión del reconocimiento que no puede ser escindida de la igualdad, si es que realmente queremos una democracia donde las personas puedan realizar su vida de forma plena.

Además de esta dimensión del reconocimiento, está también, como dijimos al principio, el de la participación (2° ola). La paridad entonces, está encuadrada en esas tres dimensiones: participación, redistribución y reconocimiento. Estas tres dimensiones son las que nos pueden permitir pensar en otra pedagogía de lo social. No se acotan a un problema de intercambio de posiciones de un gobierno particular o del Estado nacional, tienen que ver con la cultura que atraviesa al espacio público del país.

La paridad de nuestro feminismo es una herramienta igualitaria, y como su lucha es la de la igualdad, es también la de la democracia. Más igualdad (en este sentido enriquecido), es más democracia y es también más libertad. ¿Libertad de qué? De no ser discriminadas por nuestro género. En este sentido es que queremos construir una “conciencia de género”: para que la libertad no esté condicionada por roles predefinidos, para que no esté tipificada. Esta conciencia nos permitirá advertir que para que la igualdad sea una realidad, la variable “género” no puede seguir teniendo peso normativo ni capacidad valorativa.

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A las mujeres no nos falta nada y si ha de sobrarnos algo, es probablemente esa maldita abnegación que el patriarcado nos ha inculcado tan eficientemente para que siempre los beneficiados sean los mismos. Pero si el problema no está en el talento y en los méritos que indudablemente las mujeres poseemos, eso significa que el “techo” que nos ha sido impuesto está en alguna parte de la estructuración del proceso mediante el cual el poder se construye. Hay un lugar en esa estructura donde el talento de las mujeres es eliminado.

Para poder deconstruir esto necesitamos ir a la microfísica del poder, al cuerpo a cuerpo de cómo las instituciones se reproducen. Es en ese lugar donde encontramos el “mecanismo” que ha permitido la duración y perduración de estas tecnologías de poder. Ha sido una repetición mediante la “cooptación”, ¿en qué consiste la cooptación? En buscar para todos los puestos políticos a personas similares, a personas que no cuestionan el status quo, sino que por acción u omisión, se dedican a reproducirlo. Así se han construido todas las cúpulas del poder, todas las mesas de decisión.

Como ser mujer altera ese patrón de similitud que el patriarcado ha establecido para auto-reproducirse en el poder, hemos sido sistemáticamente excluidas. No es porque no sepamos o no estemos preparadas, es porque en la escena pública del poder aportamos otro sentido. Por eso la paridad es simplemente a igual insumo, igual resultado: es la exigencia de que las reglas aplicadas para la participación, la distribución y el reconocimiento del poder sean iguales para todos. Queremos que nos apliquen las mismas reglas, no otras, porque como hemos demostrado, esto no está sucediendo. Por eso, el costo político de lo que suceda hoy no lo vamos a pagar nosotras, lo van a hacer quienes no entienden o no pretenden ver que la democracia tiene que avanzar y no estancarse en la exclusión que desde siempre militó el machismo que, lamentablemente, abunda.

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El poder es un tipo de trabajo que el feminismo político tiene que hacer, y la paridad es la herramienta, es la metodología y el tránsito hacia otra forma del ejercicio de lo público y de la forma de habitar los espacios que nos son comunes. Es un poder concertado, no de coacción, es un poder que reniega de la violencia y que se reconoce en la cooperación, en la alteridad.

Si es que en algún sentido podemos hablar de democracia feminista, es justamente en el sentido de que la categoría género pierda su capacidad de ortopedia normativa y la posición determinante que hoy posee para la política. Éste es su sentido igualitario. Y a eso apunta la paridad como uno de los pasos en el largo camino de feminizar la política.

Es por eso que humildemente, pedimos la mitad de todo lo que haya.

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